Estaba necesitando una limpieza de mí...
Tiré algunos pensamientos indeseados, le quité el polvo a algunos sueños, desoxidé algunos deseos... Saqué del fondo de los cajones recuerdos que ya no utilizo ni quiero. Me deshice de ilusiones, de algún que otro papel de regalo que nunca utilicé y de sonrisas que nunca daré... He tirado la rabia y el rencor sobre las flores marchitas que guardaba en un libro que no llegué a leer. Tomé mis sonrisas y alegrías futuras y las coloqué en un rincón, bien ordenadas.
Pero perdí la paciencia: saqué todo del armario y lo fui arrojando al suelo: desde pasiones escondidas, deseos reprimidos, palabras horribles que no quisiera haber dicho nunca, malos recuerdos de una amiga ingrata, recuerdos de días tristes...
Y encontré otras cosas, ¡bellas! Una luna color plata... Abrazos... Aquella carcajada en el cine, besos, puestas de sol, noches de amor... Encantada y distraída, me quedé mirando todos esos recuerdos. Me senté en el suelo, y tiré a la basura los restos de un amor perdido. Tomé las palabras de rabia y de dolor que estaban en la última estantería, y que casi no uso, ¡y también las tiré!
Había más cosas, pero por el momento las dejé a un lado, porque todavía no sé qué hacer con ellas...
Rebusqué en ese cajón donde guardo todo lo importante: amor, alegría, sonrisas, fe... Qué bueno fue!!! Recogí con cariño el amor encontrado, doblé con cuidado los deseos, le retiré el polvo a mis metas y las dejé bien a la vista.
Puse en los cajones de abajo recuerdos de infancia; en los más de arriba, los de mi juventud... A la altura de mis ojos, colgué mi capacidad de amar, y de volver a empezar...
Texto original: Martha Medeiros.